sábado, mayo 14, 2005

La economía de lo insólito



La economía de lo insólito. por Sebastián Campanario. Editorial Planeta. 284 páginas.

Si se le preguntara a la gente su opinión sobre la economía, las respuestas no serían entusiastas. Es comprensible: la mayor parte del contacto cotidiano con los economistas pasa por la decodificación del ministro de economía de turno y la búsqueda (a veces desesperada) de cursos de acción frente a los problemas macroeconómicos usuales como inflación, desempleo, ahorro, etc. Muchas personas se sorprenderían al saber que la ciencia económica se ocupa de un aspecto de la conducta humana que rivaliza en importancia con cualquier otro. Y que un número creciente de economistas se encuentran empeñados en explicar cada vez más otros aspectos del comportamiento (incluyendo el sexual) desde la mirada del economista.

En La economía de lo insólito, el periodista Sebastián Campanario se ocupa justamente de las fronteras en movimiento constante de la ciencia económica. Casi más importante es que Campanario lo hace más desde el periodismo que desde la economía: es decir, busca divulgar, que lo entiendan. La buena divulgación de ideas complejas es un desafío enorme (un ejemplo soberbio es Carl Sagan y su divulgación de la astrofísica moderna en Cosmos) que Campanario sortea con éxito.

El libro empieza contando una de las grandes divisorias de aguas entre economistas: la postura frente al problema de la racionalidad de las empresas y las personas. La corriente principal en economía parte de un principio que hoy se denomina racionalidad ilimitada: la gente entiende el mundo que lo rodea y puede actuar en consecuencia tomando las decisiones correctas. La gente común tiene derecho a enojarse con tamaño supuesto a la luz de la cantidad de problemas económicos (y los problemas sociales derivados) que a veces hacen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Campanario contrasta esta visión con aquellas que propone la “economía del comportamiento”, una rama que a veces parece tener más de psicología que de economía. Estos economistas piensan que en muchas circunstancias los seres humanos pueden ser “muy neuróticos, egocéntricos y malos planificadores”. Es que las decisiones económicas no siempre son sencillas: es fácil comprarse un paquete de galletitas pero difícil comprarse un auto. Cuando las decisiones involucran una parte importante de nuestro ingreso o, más aun, de nuestra riqueza, la tranquilidad en el sueño nocturna puede quedar comprometida.

Esta rama de la economía surgió a partir del descubrimiento de una serie de anomalías en el comportamiento que no podían ser racionalizadas fácilmente por la economía neoclásica. Una anomalía es el “exceso de confianza en uno mismo” que puede dar lugar a que “la gente le de mayor importancia a aquellos datos que confirman lo que ya pensaban previamente e ignoren aquella nueva información que contradice sus creencias anteriores”. No vaya a creerse que estas anomalías sólo dan lugar a “errores triviales”; también pueden terminar en desastres macroeconómicos. Por ejemplo, el exceso de confianza puede dar lugar a la persistencia en el error financiero. Si sabremos los argentinos de burbujas financieras o de tipos de cambio sistemáticamente sobrevaluados.

Otra anomalía es la “ilusión de control” que hace que la gente pague más por un número de lotería que puede elegir frente a uno asignado al azar o, más importante, a rotar sus portafolios de inversión mucho más de lo aconsejable haciendo las delicias de sus brokers por las comisiones cobradas.

Los mercados financieros están plagados de anomalías: los lunes son malos días para la bolsa mientras los eneros son buenos; el clima influye en los traders que suelen estar más eufóricos en días soleados que en días lluviosos.; y la gente es víctima de pérdidas financieros por seguir a la “manada” más frecuentemente que lo que a los neoclásicos les gustaría admitir (o podrían explicar).

En su recorrida por lo insólito Campanario se ocupa de algunas tendencias que tienen menos que ver con la economía del comportamiento y más con la aplicación de técnicas econométricas a cuestiones no tradicionalmente económicas como la felicidad. Algunas regularidades son interesantes y llamativas como la relativa “consistencia de las estadísticas” a lo largo de diferentes países. Aquí la diferencia con la economía tradicional es que el dinero no hace la felicidad y el descubrimiento de que fuertes aumentos en el ingreso de un país no resultaron en aumentos en el nivel de felicidad. Aquí me gustaría acotar, ya que el trabajo de Campanario no es histórico, que hay pioneros, como Veblen, que ya hace un siglo plantearon que importa más el consumo en relación a terceros que en términos absolutos. Algunos van más lejos, cuenta Campanario, y se cruzan con los neurobiólogos y con los físicos para los cuales la felicidad puede medirse a partir del escaneo de la corteza prefrontal izquierda del cerebro.

Ya que hablamos de la física, la invasión a la economía está más extendida en el mercado financiero. Campanario cuenta como cada vez más Wall Street contrata a un doctorado en estadística, matemática o física para monitorear e intentar predecir el comportamiento de los mercados: la econofísica. Entre otras, la idea del caos fue una de las favoritas de estos econofísicos: ¿cómo encontrar orden – un patrón de comportamiento que permita predecir – en un sistema aparentemente desordenado? Otros econofísicos son escépticos acerca de la posibilidad de predecir: hay patrones pero eso no significa que puedan ser anticipados dice Campanario citando a Mandelbrot. Estos “patrones fractales crean pseudociclos que parecen predecibles para mucha gente”.

En su libro, Campanario no se ocupa sólo de lo insólito sino de la aplicación de la economía a problemas de la vida cotidiana: “¿cuánta lluvia hace falta para disuadir a la gente de salir a correr, o cuál es la probabilidad de que una inmobiliaria estafe a sus clientes, o cuanta discriminación hay en los programas de preguntas y respuestas de la TV, o qué puede aportar la economía para explicar comportamientos compulsivos, como la anorexia o a la adicción a trabajar?”. En suma, “las cosas simples de la vida”. Aquí, lo insólito es que los economistas tengan algo inteligente que decir. Así, hay economistas que a partir de modelos de “reglas personales” y “autorreputación” deducen que “uno tendrá rachas de ejercicio físico, por ejemplo seis meses, y que luego un par de veces en las que cancele el compromiso bastarán para gatillar una racha de vagancia”. Nuevamente una nota al pie: un economista brillante y poco leído como Thomas Schelling estudió a fondo los problemas de autocontrol y aplicó la teoría de juegos a cuestiones no-económicas (la más famosa es su aplicación a la guerra fría) hace ya varias décadas.

Otra aplicación inusual de la economía es a las actividades delictivas tanto en la determinación de la eficacia de las políticas de seguridad (por ejemplo, la ubicación óptima de policías), como en el origen del crimen. Y entre los hechos ilegales se estudia también el fenómeno de la corrupción donde el hallazgo es que en América Latina hay “demasiada corrupción para sus niveles de producto per cápita”. ¿Y el mercado del odio? También los economistas se ocupan del odio racial o religioso, un tema cada vez más en boga a la luz del aumento del terrorismo.
Campanario se ocupa también de los economistas y el sexo. ¿Por qué las mujeres fingen un orgasmo? El economista Mialon responde, a partir de un modelo de dos agentes que apropiadamente llamó “Adán” y “Eva” que “es más probable que finjan sus orgasmos quienes están realmente enamoradas de sus parejas” y “cuanto más educada está una persona, más probable es que finja sus orgasmos”.

La economía de lo insólito es un libro que se ocupa de ramas novedosas de la economía cuya relevancia para el diseño de políticas es un asunto en desarrollo pero de indudable valor analítico. En su búsqueda de lo insólito, Campanario encuentra contribuciones valiosas pero, también, se encuentra con economistas a la búsqueda (a veces desesperada) de un tema al cual aplicar un modelo. Si alguna crítica puede hacerse al libro es que no discrimina lo suficiente entre las contribuciones más duraderas de aquellas más oportunistas. Aunque, hay que reconocerle, es difícil saber a esta altura cual de estas ideas o aplicaciones llegaron para quedarse. Pero esto no hace al recorrido menos divertido o menos valedero. Por el contrario, el viaje por lo insólito lleva de la mano al lector por un camino de ideas nuevas u olvidadas, sugerentes y, sobre todo, que van a desafiar la manera usual en la que mira al mundo económico… y a los economistas. Todo un logro sin duda.

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